Me gusta de él su vulnerabilidad y la natural facilidad que desarrolla para transmitir a los demás esa emoción que, a veces, se apodera de su sensibilidad y le empaña la mirada. Admiro su valentía para lanzarse, sin red, a la aventura de la vida en lugar de acomodarse a una existencia resuelta. Estudió Marketing y RRPP pero el destino, que en ocasiones hace bien las cosas, le tenía preparada una sorpresa bien merecida. Sin embargo, el camino no ha estado exento de piedras…
“Llegué a la interpretación por casualidad. No sé si llamarle destino y ni siquiera vocación, porque para mí siempre fue un hobby que, en un momento determinado, se me escapó de las manos y que ya se ha quedado en mi vida. Yo hice un curso de interpretación para evadirme de la rutina del trabajo, que desarrollaba en la empresa familiar. Empecé a intuir que me podría ir bien, pero no pensaba en un futuro dedicado a eso porque mi vida era muy distinta. Fue un curso de seis meses y, al terminarlo, me di cuenta que me gustaba muchísimo, que se me daba bien y me “enganchó”, pero tenía los inconvenientes de la empresa familiar y mi matrimonio, porque estaba casado en ese momento. Quien me hizo dar un paso adelante fue el profesor de ese curso, Peter Gadish, un húngaro muy sabio, que me dijo: “Tú tienes que hacer teatro, tienes talento. Es lástima que el mundo de la interpretación se pierda actor como tú”.
-Y, entonces, te entró el vértigo de la decisión..
“Totalmente. Por un lado era la maravilla de poder hacer lo que, de verdad, me motivaba y, por otro, tener que enfrentarme a la realidad de mi entorno. Tenía 28 años y, durante tres, alterné el trabajo familiar con cursos de interpretación. En segundo ya empecé a hacer algunas cosas en las televisiones locales y cortometrajes. La aventura empezaba a tomar forma, pero la familia no lo entendía y mi ex mujer tampoco. Cambiar un futuro resuelto, una vida predestinada, por la inestabilidad de esta profesión es algo que no asimilaron pero, aun así, lo hice”.
-¿Y hoy qué dice tu familia?
“Imagínate, se les cae la baba. Ahora viven con intensidad todo lo mío, le dan importancia a todo lo que hago, se interesan por todo y le dan más mérito a lo conseguido, aunque no me lo dicen mucho por cuestión de orgullo, supongo. Mi padre, que tiene ahora una situación delicada por el problema de su Alzheimer, es consciente de lo que estoy viviendo, me ve feliz, se alegra de todo y me pregunta por lo que hago. Para él fue un shock que yo dejase la empresa familiar porque siempre se vio muy reflejado en mí. Tengo dos hermanos, que trabajan en la empresa, pero a mí era al que siempre llevaba en los viajes y a conocer otros clientes. Fue duro para él pero, un día, estando yo en Canarias rodando “Palmeras en la nieve”, mi madre me lo puso al teléfono y me relató una anécdota de cuando yo era adolescente, en la que después de una noche de juerga y, habiendo dormido apenas 20 minutos y sin quejarme, me fui con él a comprar jamones. Después de recordarla juntos, me dijo algo que nunca, hasta ese momento, me había comentado. “Aquel día supe que ibas a ser lo que quisieras ser”. Recordarlo me sigue emocionando..
-¿Te arrepentiste en algún momento?
“No diría arrepentirme, pero sí que tuve dudas, muchas dudas al principio. Hubo momentos en los que no tenía claro que podría vivir de esto. No fueron dudas por capacidad, por no tener claro que valía para la interpretación, sino porque llegase el momento, mi momento. A lo mejor no llegaba nunca. Hay muchos actores y actrices que podrían vivir muy bien de esto y, al final, se rinden porque no les llega nunca esa oportunidad. Eso sí, nunca me desanimé y, cuando gané mi primer dinerito en el “Salvados” de Jordi Évole, donde tenía una sección, empecé a cobrar confianza. Aunque esa fe en mí siempre me la transmitió Marc Crehuet, el director de “El rey tuerto”. Él siempre me dio libertad y me permitió jugar con los personajes. Eso fue determinante en la autoestima”.
-¿El reconocimiento anima y reafirma la seguridad en el potencial de uno?
“En cierta medida sí, porque lo que hace es abrirte una serie de puertas y te posibilita llegar a más gente, pero el límite siempre se lo pone uno. Hay momentos que soy mi propio enemigo, porque soy muy autocrítico. Soy el primero en reconocer dónde fallé y también, por qué no decirlo, me sorprendo a mí mismo y me digo “qué bien he estado ahí” (risas). Procuro poner distancia entre el “yo actor” y el “yo espectador” porque me sirve mucho para evolucionar. Me gusta ver las cosas cuando están bien, me río de mí mismo e intento corregir cosas”.
-Entonces eres de los que, si estás viendo la tele y ponen una película tuya, no cambias de canal..
“Depende de la peli (risas). No soy nada narcisista, pero ver lo que has hecho te permite rectificar lo equivocado y aprender de uno mismo. “Palmeras en la nieve” ya no sé cuántas veces la he visto ¡y me gusta! porque disfruto con ese trabajo. Y con “El rey tuerto” me pasa lo mismo, sobre todo porque es algo muy mío. Son muchos años con esta historia, primero en el teatro y ahora en la pantalla. Hay mucho de mí en este proyecto”.
-¿Cuándo tuviste la auténtica sensación de que querías “jugar a ser artista”?
“Siempre he sido muy de jugar, tengo un alma muy infantil. Nunca debemos perder de vista el niño que hemos sido y yo lo tengo muy a flor de piel siempre. Y, aunque te parezca una locura, procuro traspasarlo a mis personajes, dándoles un punto naif, tierno. Hay veces que, no sé cómo hacerlo, pero se lo tengo que “colar”.
-¿Alguna vez has sentido que un personaje se ha llevado mucho de ti, que te ha succionado de alguna manera?
“Creo que sí. Les he entregado todo de mí y yo, por mi parte, me he dedicado a “jugar con ellos”. Creo que es la contraprestación perfecta, el intercambio equilibrado”.
-¿Quién se esconde detrás del tipo duro de tus últimas películas?
“Un hombre que es todo lo contrario a lo que interpreta. Alguien muy sensible, que utiliza eso para darle matices a sus personajes y no quedarse estancado en el canalla o el malo. Me gusta interpretar estos personajes porque son mi antítesis y los disfruto. Creo que los lleno bastante de humanidad”.
-¿Cómo es el Alain al que la gente no tiene acceso?
“Un tipo muy sensible, cercano, sincero, voy siempre muy de cara, muy directo, muy impulsivo, de los que no cuenta hasta diez. Siempre digo que al que le guste bien y, al que no, pues también. Es cierto que hay temporadas en las que le quieres gustar a todo el mundo, o al máximo posible de gente, pero es un error. Creo que siempre hay que mostrarse tal cuál uno es. Antes me preocupaba lo que podían decir de mí pero, por fortuna, hace tiempo que ya me da igual”.
-¿Qué porcentaje de suerte, talento, fortuna o casualidad hay en tu éxito?
“Sinceramente, creo que hay un 75% de trabajo porque, te reconozco, que soy muy trabajador. Eso se lo debo a mis años de currante nato, de levantarme a las 6 de la mañana para coger la furgoneta e irme con los jamones a Tortosa o a Figueras. Mi padre me ha inculcado esa cultura del esfuerzo y eso lo he aplicado también en la profesión. Me trabajo un montón los guiones, siempre estoy proponiendo cosas que pueden mejorarlos. Soy un poco pesado para los directores en ese sentido, pero pesado para sumar y hacer a los personajes más míos. En el 30% restante creo que hay una parte importante de talento natural, que es el reflejo de haber entrado tarde en la interpretación y aportar a esos personajes retazos de mi vida. Supongo que eso hace que, en cierta medida, sea un poco diferente”.
-¿Dónde busca el ocio un actor?
“Yo lo encuentro en casa con mi perro, o en el parque con mi perro, también en el parque tocando la guitarra con mi perro, en casa viendo el Barca (risas). Como puedes ver, no soy nada sofisticado. Me gusta disfrutar de los pequeños placeres cotidianos, que son los que más me llenan a mí. Me encanta la rutina bien entendida porque me da mucho orden y equilibrio”.
Y acabamos riéndonos al descubrir que somos idénticamente maniáticos con el orden, que si se va la luz podríamos ir por toda la casa sin tropezar porque sabemos dónde está cada cosa, que los botes del baño ocupan siempre idéntico espacio y que los platos, vasos y variantes del lavavajillas, antes de ponerlo a funcionar, están igual de ordenados que el interior de los muebles de la cocina. Como dice Alain, el chico sensible que se esconde en los tipos duros de la pantalla, “no hacemos daño a nadie siendo así, verdad?”. Pues eso…
Entrevista— Amalia Enríquez
Fotos——– Brian Hallett
Localización— Monument Hotel 5GL Barcelona